sábado, 5 de mayo de 2012

Historias de familia

El amasado con las levaduras prensadas de cerveza ( Sacharomices Cerevisiae), supone una carrera de obstáculos, apta para aquellos que están dispuestos a ganarla, pendientes de todo: del tiempo de amasado, de la cantidad de levaduras utilizadas en cada fórmula, de la temperatura del ambiente, de la temperatura del agua, de la harina, del tiempo de fermentación inicial, del tiempo  de la segunda fermentación…
 Hoy en día,  la mayor parte de los panaderos que viven de esta profesión, se han rodeado de máquinas para “ganarse el pan” y no morir en el intento. Recuerdo las charlas con mi padre, donde me relataba cómo trabajaba en el horno con su familia , en particular con su padre y su hermano pues la madre y la hermana se dedicaban a las cosas de la casa:  preparar las comidas, limpiar, lavar la ropa etc.., y me decía en tono triste que la jornada comenzaba a la una o las dos de la madrugada, cuando todo el pueblo dormía y se prolongaba hasta el mediodía, que aprovechaban para comer y dormir hasta bien entrada la tarde.
 Él, cuando eran las fiestas de agosto, tenía que dejar a los amigos en el baile, en las verbenas al aire libre de la pista Rex, para volver a casa porque sabía que su padre, con problemas respiratorios causados por la profesión(polvo, humo, sequedad), en aquel medio sótano de la calle San Antonio, unos años  después en la calle de la Purísima,  todavía con el olor a leña del recién encendido horno de piedra viva y adobe, ya estaba preparando la harina, envasada en sacos de 100 y 200 kilos, casi imposibles de mover, y,  necesitaba su ayuda .
Y así, los dos hermanos y mi abuelo, mientras se iba calentando el horno a base de la quema de “gavells”, manojos de leños bajos, zarzas y matorrales recogidos del monte,  daban comienzo al amasado manual de kilos y kilos. Masa  pesada de mover y de trabajar como es la del pan, troceándola y pasándola de mano en mano a lo largo de toda una artesa de madera de 4 ó 5 metros de largo, con el olor a levaduras impregnado en ella  al tener que soportar durante días, años, el paso continuo de la masa, en una carrera contra reloj.
 Decía mi padre que yo, con tan solo 1, quizás 2 años de vida, permanecía sentado donde él me dejaba mientras trabajaba, en un lateral de la artesa, absorto de ver cómo se movía aquella cosa pegajosa y blancuzca,  blanda y templada, de mano en mano, hasta llegar al final para volver y juntarla en bloque y de nuevo, recorrer la misma distancia hasta retornar al punto de partida. Así, hasta que conseguían dejarla suave y uniforme, bien lisa, para, otra vez, dar comienzo a la segunda carrera: el pesado  y el formado de pieza por pieza.
Eran varias horas de galope tendido, sin descansos, pues, al ser todo manual, se juntaban los tiempos de  las operaciones con la masa, de tal forma que únicamente podían parar cuando, después de sacar el último pan del horno, recogían todo, y, con ayuda de los “taunells”, maderas de 2 metros de largo por 60 de ancho con bordes, trasladaban todo el pan horneado al lugar donde se vendía, que, en un principio se encontraba dos calles más arriba de donde estaba el horno, más tarde, consiguieron ubicar el horno y el despacho del pan en la misma calle, en la misma edificación, en una de las viejas casas del pueblo.

 Y así, jornada tras jornada, conseguían ganar lo suficiente para vivir, que ya era mucho!. Ahora, en nuestro tiempo, prácticamente una sola persona puede hacer casi todo; las maquinas mezclan y amasan las fórmulas de pan ya preparadas y envasadas, solo hay que añadir agua, las maquinas laminan las masas, las pesan, las cortan, las enrollan y las forman, las maquinas aportan la temperatura idónea para, acelerar el proceso de la fermentación con calor o retrasarlo con frio. Después, altos carros cargados de piezas entran en grandes hornos de convección con sensores que controlan los niveles del horneado, la duración del mismo, la humedad del pan,  y, más tarde,  el aviso de que ya está a punto para salir.

 Lo que en la época de mi padre y mi abuelo era artesanía, ahora es un simple proceso industrial como lo es también la cría de pollos, las fábricas de huevos de gallinas, las piscifactorías, y ya nada sabe a lo que es: el pan sabe a porras, los huevos a pescado, los peces a pollo y el pollo a nada.
"sin palabras...¡y sin plumas!"

"Pollopez"
Continuará…


2 comentarios:

  1. Cierto, ya los productos que encontramos a la venta, sobre todo en las ciudades, no se sabe lo que es, menudo problema tengo yo con el pan, todo el mundo me quiere vender pan de media cocción ................ y ya ni en los pueblos se encuentra el pan, con la miga bien cocida, que no sea una masa pastosa, éste es uno de mis problemas de cada dia ..........
    Saludos

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  2. Si, amiga, esto es una de las cosas del mundo moderno. Aquí hemos salido perdiendo, a pesar de que hay que reconocer las muchas cosas buenas que se han conseguido gracias al mundo moderno, pero en esto, no. Saludos!

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